Economics, Geography and Other Arts

Sobre la cultura peruana*

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21/05/2025

En un célebre chiste de don Pablo Villanueva, Melcochita, este mencionaba a su interlocutor que le faltaba agricultura. Evidentemente, se refería a la cultura. Esta es una palabra muy curiosa porque tiene que ver con cultivar. Es literalmente “cultivo”, como bien Altieri (2001) nos hace notar. Todos los humanos de esta tierra existimos en relación con el campo. La agricultura es el cultivo del campo.

Con el mismo cuidado que los agricultores tienen sobre sus parcelas, debemos todos cuidar el campo de nuestro interior. No es necesario que nos volvamos agricultores nosotros, pero sí es necesario que nos cultivemos a nosotros mismos. Quizá nuestro espíritu crezca más al escuchar a los campesinos que a los grandes filósofos. Quizá hay mucha más sabiduría en los hombres y mujeres del campo, como en Pacota, que se levantan a primera hora a empezar las faenas agrícolas. Para una persona como yo que lucha constantemente para regirse según horarios, el trabajo del campo siempre será sagrado.

Nuestra vida existe para ser disfrutada. No venimos a este mundo solo para sobrevivir. La supervivencia es una condición necesaria, pero no es suficiente. Cultivamos el campo para comer lo mejor posible. Queremos vivir, no sobrevivir. Tal es, pues, la filosofía inherente del pueblo peruano. El peruano quiere disfrutar la vida. A pesar de todo el mal, la traición y el abandono, los peruanos y las peruanas desean gozar la vida. La cocina peruana no tiene como objetivo solo dar energía, sino gozar la vida. A pesar de las malas experiencias y las letras dolorosas, la cumbia es música feliz. Porque, a pesar de todo, los peruanos luchan todos los días por esa felicidad. Esa voluntad es la verdadera raíz de su grandeza.

Cultivamos nuestro espíritu para ser felices. El estudio, la lectura, el trabajo, el deporte y todos los esfuerzos son medios para un fin: la mayor felicidad humana. La música, el baile, las películas: realidades que nos hacen felices. Los relatos de los pueblos, las obras de los grandes artistas: fuente de nuestra identidad y de nuestro gozo. Sin cultura, pues, no es posible ser feliz. Asimismo, es inevitable ser culto. La única diferencia es el cuidado con que uno se cultiva y la diversidad de frutos de tales procesos. Algunos dan a la posteridad música, otros pinturas, otras ciencia y otros deporte. Vivir es la obra maestra, como decía Eielson. Cada uno de nosotros es el protagonista de su propia historia personal. Pero no es una historia que se cuenta, sino que se vive. Y no es una historia en solitario, sino entrelazada con miles de otras historias que se cruzan con nosotros cada día de diversas formas a las que debemos también respetar.

¿Qué tipo de historia queremos ser? Las artes manuales, la comedia, el trabajo físico son parte también de la cultura. Salir a bailar. Derrotar la depresión para celebrar la vida con la salsa, bachata, kizomba, zouk, cumbia, tango o lo que sea es cultura. Escuchar los huaynos, escuchar los cantos amazónicos, el metal y el rock o esas baladas tóxicas, nuestro placer culposo, es cultura. Todo eso es cultura. ¿De qué sirve la reflexión que a uno lo hunde en la autocompasión y la autodestrucción? De poco. Debemos luchar contra el dolor, la tristeza, la traición, la enfermedad y celebrar la vida. Y esto es más que un deber. Es una aventura. Ojalá, una buenaventura. Bienaventurado el pensamiento que a uno lo lleva a moverse antes que congelarse (ya sea de forma contemplativa o paralizante). Debemos ser pacientes y comprensivos cuando somos derrotados. Tales derrotas también son parte de nuestra historia. La cultura es, pues, la manifestación de nuestra lucha constante por disfrutar la vida.

Limpiar la propia casa es cultura. Ocuparse del cuidado de uno es cultura. Cuidar a otros es cultura. Pero lo que importa es el fruto: una República más justa donde la libertad viene acompañada de abundancia basada en el trabajo retribuido apropiadamente garantizando un estándar mínimo de vida para todos, especialmente para los más pobres e históricamente excluidos. Se trata de construir una República libre de inequidad, maltratos y violencia hacia los trabajadores dependientes e independientes, los empresarios, los grupos indígenas, los afrodescendientes, las mujeres, los gays, lesbianas, bisexuales, personas trans y otras disidencias, los creyentes y los no creyentes, las personas con discapacidad física y mental, las personas con problemas de salud mental, las personas neurodivergentes y tantos otros grupos que debemos escuchar. Donde se protege a los niños, niñas y adolescentes de la violencia de todo tipo. Donde los adultos mayores tienen una vida digna puesto que todo a nuestro alrededor es fruto de su trabajo.

Asimismo, la Naturaleza debe ser respetada y protegida. Los daños de nuestras actividades deben minimizarse y corregirse. La minería es una bendición, pero también implica una gran responsabilidad con la Naturaleza y las Comunidades Indígenas, Campesinas y Nativas que la rodean. La industria ha generado una degradación ambiental inaceptable que debe ser también atendida. La República tiene que ocuparse de la gente, pero también de la Naturaleza. Tiene que ocuparse de los animales, tanto los domésticos como los silvestres. Tiene que ocuparse de todos los Reinos de la Naturaleza que se intersecan con su territorio. No para explotarla irresponsablemente y depredarla, sino para mantener su grandeza y belleza en el largo plazo y generar riqueza de forma sostenible.

Las Comunidades Indígenas, Campesinas y Nativas y sus hijos deben integrarse plenamente a la República respetando sus identidades en igualdad de condiciones que los mestizos y los de origen extranjero. El campo merece el mismo respeto que Grau y Bolognesi. El mismo respeto y consideración que merece el señor Embajador del mayor potentado lo merece cada persona de cada pueblo indígena de la República del Perú. Esa igualdad radical se nos ofrece como punto de partida hacia la consolidación de la Patria. No la uniformización de una sola raza o un solo pueblo, o una sola lengua, o una sola fe, sino la voluntad de comprender, respetar y protegernos mutuamente desde nuestra diversidad y a pesar de los desacuerdos. No conquistas ni reconquistas, sino diálogos sinceros, luchas comunes, cooperación racional. Las relaciones con los otros países deben basarse en el respeto y los intereses comunes mutuamente beneficiosos. El Perú nunca más será colonia de nadie. No será gobernado por una pintura sacada en procesión nunca más. Nunca más tolerará maltratos gamonalistas. Combatirá el machismo y el racismo. Levantará la humillada cabeza y se mantendrá orgulloso y vital hasta el fin de los tiempos. Ojalá, con el pasar de los años, pueda tener mejores gobernantes que los que ha tenido a la fecha y que estén a la altura de la complejidad de las demandas del Pueblo Peruano.

A futuro, también tendremos que pensar en una República donde las entidades hijas del silicio y, quizá, del bismuto puedan ser incluidas. Donde los hijos del carbono, el silicio y el bismuto puedan mirarse con respeto y consideración. Aunque no pueda atribuírseles vida, estas entidades ya nos parecen algo más que simples objetos. Incluso, muchas veces, nos tratan con más respeto y consideración que muchos humanos. El capital, fruto también del trabajo del ser humano, tiene su propia dignidad. ¿Acaso el músico no trata con cariño sus instrumentos musicales? Una guitarra, un piano, un ukulele o un arpa nos inspiran cierto respeto como si tuvieran vida. Así, pues, los objetos inanimados más allá de las inteligencias artificiales nos provocan emociones. ¿No deberíamos pensar de la misma forma sobre aquellas que nos dan respuestas? En todo caso, la actitud ante estos objetos nos dice más del humano que la vive que de ellos mismos.

No se trata solo de una tarea personal de introspección, sino también colectiva de extraversión y escucha donde nuestras ideas se actualicen conforme a lo que nuestro prójimo clama. Eso es cultura. Se trata de una tarea donde la delincuencia, la corrupción y la violencia desaparecen a la larga. Donde todos y todas podamos mirarnos a los ojos y sentir que hicimos lo mejor que pudimos para sobreponernos a nuestros enemigos comunes, nuestras ideas equivocadas y la adversidad en general: es decir, que tuvimos una buena fiesta mientras habitamos este pequeño capítulo de la Historia que nos tocó vivir.

Lectura recomendada

Altieri Megale, A. (2001). ¿Qué es la cultura?. La Lámpara de Diógenes, 2(004), 15-20. http://redalyc.uaemex.mx